Cuando me dí cuenta de que tenía que hacer algo, ya era demasiado tarde.
Ella lo estaba viendo claro desde hacía meses. Muchos meses. Más de 24 meses, pero menos de 36, lo que habría permitido decir que lo llevaba viendo años; y es que, a ella no le gustaba exagerar. Para ella, a partir de ese período, se podía decir años, pero si no llegaba a 3 años, de fecha a fecha, había que decir meses. Las cosas, como son.
En cambio a mi, me pilló con los calzones por los tobillos. A ver, que tonto no soy, pero que tiendo a hacer el avestruz, pues puede ser.
Sea como fuere, ese día no hubo forma de hacerse el sueco. Ni con agua oxigenada en el pelo y lentillas de colores. Me miró y dijo:
- Aunque inexplicablemente te sigo teniendo cariño (no amor, sino "cariño" dijo, como a una colcha que te tejió su abuela a la que también le tenía lo mismo que a mí), creo que este matrimonio ya no tiene sentido.
Quizá habría sido conveniente expresar algo en ese momento, pero chico, es que me dejó impactado. No podía dejar de admirar lo atractiva que me parecía con ese desafiante gesto de "hasta aquí". Y yo, como un conejo deslumbrado, solo acerté a entreabrir la boca intentando buscar algo que decir. Pero no, nada vino a mi mente. Miento, vinieron cosas, pero todas inoportunas, extemporáneas, y mayoritariamente centradas en lo mucho que me atraía en ese momento, que sospechaba, no venía a cuento dada la situación.
Ante mi mutismo, ella siguió llevando las riendas de la situación:
- Te vas tú, o me voy yo de casa...
Luego siguió argumentando los pros y los contras de esta o aquella decisión, porque ya lo tenía todo planeado (ella es muy organizada), pero yo era incapaz de razonar sus argumentos. Me apresuré a decir que me iba yo, en una postrera demostración de caballerosidad que, a la desesperada, me pareció la mejor idea para intentar conseguir una valoración positiva por su parte para que, en aras a mi buena disposición, perdonara mi última década de hastío y decidiera darme una trigesimocuarta oportunidad.
Pero no. No sucedió. Simplemente asintió, agradeció el gesto (es muy de agradecer ella), y la siguiente imagen fue la de la maleta abierta pensando si debía meter solo lo de verano, esperando que fuera algo pasajero, o lo de todo el año para demostrar una determinación que le hiciera arrepentirse de su decisión.
No fue necesario. Ella me aclaró rapidamente:
- No re preocupes, coge sólo lo que necesites estos días. Puedes venir durante esta semana a recoger el resto.
"Esta semana" dice, y ¿luego? ¿no puedo volver después de "esta semana"?.
Pero me callé. Metí cosas de verano hasta que se llenó la maleta y me marché a casa de Luis ¿donde si no? A un hotel no me parecía, y además, en mi nueva situación no era conveniente incurrir en gastos. Además, intuí que sería bueno hablar con alguien.
Pero tampoco funcionó.
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