Como broma ha estado muy bien. Unos meses de abril y mayo con lluvia casi todos los días ha sido muy gracioso. Nos hemos tronchado y casi orinado de la risa. Lo hemos celebrado mucho e incluso ha servido a los tertulianos políticos para darse caña a cuenta de que si el agua sobra, o falta, o se tira al mar, o si hacemos un minitrasvase, o una expo sobre el agua que resulta inundada.
Que sentido del humor tan fino y elegante. La Naturaleza en su infinita sabiduría ha campado a sus anchas desconcertándonos una vez más.
Pero ya está bien. Lo poco agrada y lo mucho cansa, y que estemos a 40 de mayo sin perspectivas de quitarnos el sayo, el refajo, ni la madre que parió al tanque, empieza a hacerse pelín pesado.
La semana pasada, durante unas horas que brilló el sol, algún diario digital se lanzó a la piscina y pronosticó "que ya se había iniciado el verano y que este sería más caluroso que el del año pasado"... mejor que se estén calladitos, o crispando, y no tocandonos las ingles con sus gafadas predicciones.
Quién me iba a decir a mi, que siempre he sido un otoñofilo y un agostofobo, que iba a estar reivindicando un día los 40 grados a la sombra, pues si, efectivamente, echo de menos el calor, el melón, el gazpacho, la alpargata, la arena de la playa y hasta el guiri churruscadito, y es que, a cada cerdo le llega su San Martín.
Y mientras viene, seguiré mirando al cielo apesadumbrado.
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