Lo que ocurre en Ucrania parece depender del color del cristal con que se mira.
No debería ser así, más que nada porque hay hechos históricos perfectamente documentados y hasta ahora aceptados que debería dejar las cosas claras para todo espectador no involucrado. Pero ahora no es así. Ahora se reescribe la Historia continuamente. Lo que ayer era blanco, hoy es cuando menos gris oscuro, casi negro.
No hace falta remontarse al Rus de Kiev para poder interpretar la situación, pero a poco que se conozca la historia de las relaciones entre la URSS o Rusia y Ucrania en los últimos 100 años se puede adivinar que no ha sido todo amor. No es nada nuevo: países vecinos, con poblaciones mezcladas que se miran con demasiado recelo. La Historia está plagada de ejemplos.
Lo que me sorprende es esta capacidad que tenemos en Occidente para retorcer los hechos y reinterpretar lo que ya estaba bien clarito. Ahora el Euromaidan fue una injerencia de la UE y la OTAN, pese a que la OTAN no pintaba nada en esa vaina. El millón de personas que tomó la plaza entonces eran poco menos que agentes de la CIA y todos los ucranianos son unos títeres de la OTAN que, por supuesto, les ha abducido.
Por ello, cuando un asunto se embarra de esta manera, lo mejor es acudir al Derecho, en este caso el Derecho Internacional Público. Desde 1991 Ucrania obtuvo su independencia y se constituyó como Estado soberano con una población y un territorio cierto delimitado por unas fronteras muy claras. Al menos eran claras hasta que en 2014 unos hombrecillos verdes con estructura de ejercito de una gran potencia, pero sin banderas ni distintivos de ningún tipo, ayudaron a unos patriotas rusos a declararse independientes de Ucrania para, acto seguido, declararse dependientes de la Federación Rusa. Pese a lo anormal de esta situación, nadie movió un dedo más allá de algunas sanciones económicas que evidentemente no consiguieron revertir esa extraña situación.
Pero bueno, volvamos al debate jurídico. Cualquier Estado soberano es libre de establecer las alianzas que considere oportunas para mejorar su comercio, su cultura, o la defensa de su territorio. Considerar lo contrario es sencillamente dogmático y manipulador. Considerar que se puede doblegar la voluntad de un estado soberano acumulando tropas en su frontera bajo la amenaza de invasión y luego mantener una negociación con otra potencia sobre el futuro del país amenazado es simplemente una sinvergonzonería que debe preocuparnos.