Como soy un tipo bastante tímido, una de mis carácteristicas más notables es la vergüenza, y como me sobra un montón, también siento vergüenza ajena (o alipori) a raudales. Supongo que es un sentimiento compensatorio. Como a mi me sobra y a otros, evidentemente, les falta, la Naturaleza hace que se compense el desequilibrio... cuanta sabiduría, Natu...
Bueno, el caso es que, desde mi más tierna infancia, aparte de intentar no salirme del guión, intento de alguna forma, disimular o disculpar a los que si se salen.
jueves, 29 de mayo de 2008
viernes, 23 de mayo de 2008
Revoluciones, revolucionarios y revoltosillos
A lo largo de mi vida estudiantil conocí multitud de Revoluciones. La francesa, la industrial, la rusa, la descolonización... todas ellas de gran trascendencia, tanto por los cambios que supusieron, como por el coste en vidas que acarrearon. Pero parece que a medida que pasa el tiempo el espiritu revolucionario se va a apagando, y aunque queda algún jacobino por ahí, lo cierto es la inmensa masa popular susceptible de convertirse en turba arrolladora que derroque un régimen, prefiere ver la tele a hacer la Revolución.
La única revolución que recuerdo haber vivido es la de la Termomix, y francamente, me deja un poco frio (soy más de puchero, aunque no descarto caer en la tentación por presiones diversas). Si, he sido testigo de ciertas revueltas. Algunas más importantes que otras: desde los disturbios raciales de Los Angeles por el caso Rodney King, las gamberradas anti-globalización y hasta las algaradas de estudiantes en Francia, pero en estos casos tan solo consiguieron salir en la tele y el único coste que supusieron fue en cristalería para los dueños de los escaparates destrozados.
¿Que ha pasado?
A mi entender, una Revolución requiere mucho tiempo, esfuerzo y sacrificio, tres cuestiones que nadie ha conseguido reunir en cantidad suficiente ultimamente. Si, se consigue reunir a una multitud para manifestarse una tarde, o a unos cuantos para tirar botellas a la policia un sábado por la noche, pero poco más.
Y es que, se está tan bien en el sofá frente a la tele.
La única revolución que recuerdo haber vivido es la de la Termomix, y francamente, me deja un poco frio (soy más de puchero, aunque no descarto caer en la tentación por presiones diversas). Si, he sido testigo de ciertas revueltas. Algunas más importantes que otras: desde los disturbios raciales de Los Angeles por el caso Rodney King, las gamberradas anti-globalización y hasta las algaradas de estudiantes en Francia, pero en estos casos tan solo consiguieron salir en la tele y el único coste que supusieron fue en cristalería para los dueños de los escaparates destrozados.
¿Que ha pasado?
A mi entender, una Revolución requiere mucho tiempo, esfuerzo y sacrificio, tres cuestiones que nadie ha conseguido reunir en cantidad suficiente ultimamente. Si, se consigue reunir a una multitud para manifestarse una tarde, o a unos cuantos para tirar botellas a la policia un sábado por la noche, pero poco más.
Y es que, se está tan bien en el sofá frente a la tele.
martes, 13 de mayo de 2008
El huevo o la gallina
Una vez saldada mi deuda con la Sociedad, me dispongo a retomar la normalidad y el ritmo de mi vida, o más bien, de nuestras vidas. Nuestras, en la medida en que el contrato matrimoñal estableció ciertas obligaciones del chache para con mi señora, que fueron refrendadas y agravadas con el contrato parental posterior.
Nunca me ha asustado la soledad, de hecho, me he regocijado en ocasiones de tener como única compañía el sonido de mis pensamientos. Por eso, el primer sorprendido del rumbo que tomó mi vida hace ya siete años soy yo.
Siete años después, me acompañan mis pensamientos, mis prejuicios, mis complejos, una señora de buen ver (diga lo que diga) que me recuerda, entre otras cosas, que soy un desastre, y una princesa y un campeón que me reflejan indicandome que cada minuto que paso con ellos vale su peso en oro, aunque a veces se pongan pesados como el plomo, y unos amigos zumbados que siempre están en su sitio.
Por si esto no es suficiente, otras múltiples ataduras contractuales me ligan a una (¿gran?) empresa, a un equipo de trabajo, a una casa, a un coche, seguros, suministros, impuestos, plazos, compromisos...
¿Era esto lo que me imaginaba con 20 años? Supongo que no. No es que me queje, pero algunas veces tanta atadura no me deja respirar. ¿Arrepentido? Definitivamente no, sólo agobiadillo, pero se me pasará.
Nunca me ha asustado la soledad, de hecho, me he regocijado en ocasiones de tener como única compañía el sonido de mis pensamientos. Por eso, el primer sorprendido del rumbo que tomó mi vida hace ya siete años soy yo.
Siete años después, me acompañan mis pensamientos, mis prejuicios, mis complejos, una señora de buen ver (diga lo que diga) que me recuerda, entre otras cosas, que soy un desastre, y una princesa y un campeón que me reflejan indicandome que cada minuto que paso con ellos vale su peso en oro, aunque a veces se pongan pesados como el plomo, y unos amigos zumbados que siempre están en su sitio.
Por si esto no es suficiente, otras múltiples ataduras contractuales me ligan a una (¿gran?) empresa, a un equipo de trabajo, a una casa, a un coche, seguros, suministros, impuestos, plazos, compromisos...
¿Era esto lo que me imaginaba con 20 años? Supongo que no. No es que me queje, pero algunas veces tanta atadura no me deja respirar. ¿Arrepentido? Definitivamente no, sólo agobiadillo, pero se me pasará.
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