sábado, 4 de noviembre de 2023

La jugada maestra y las ruedas de molino

Recuerdo que, a cada paso que daban los independentistas del Procés tras aquel 1 de Octubre de 2017, decían "Jugada maestra": 

Cuando llevaban a cabo el referéndum prohibido por el Poder Judicial: jugada maestra. 

Cuándo les intervenían las urnas y las papeletas de votación: jugada maestra. 

Cuándo se lió la que que se lió el día del referéndum: jugada maestra. 

Cuando, tras el referéndum, Puigdemont declaró la Independencia durante 3 segundos: jugada maestra. 

Cuando salió de España dentro de un maletero: jugada maestra. 

Todas eran jugadas maestras. 

Entonces no lo entendí, y de hecho, me pareció una postura bastante patética. Pero hoy, seis años después, todo cobra sentido de nuevo. 

Sin embargo, sinceramente no creo ni por asomo que sean tan brillantes. No me creo que todo forme parte de un plan. Simplemente se trata de aprovechar las ocasiones que presentan las circunstancias. 

Se han topado con un Presidente del Gobierno que está dispuesto a todo y lo van a aprovechar. Eso es todo. Un presidente que a (su) necesidad le llama virtud, y que es capaz de hablar del bien de España sin ningún embarazo siendo perfectamente consciente de que todo esto no puede traer nada bueno. Ni siquiera para los independentistas. Un Presidente que habla de la convivencia, cuando a cada paso que se dá en un proceso que está podrido desde el principio se generan nuevas grietas y sentimientos de distanciamiento y odio entre las partes. 

Por eso, estoy convencido de que esta nueva Jugada Maestra puede ser la que nos arrastre a todos al abismo. Personalmente, cada vez que consiguen algo nuevo, injusto, insolidario e inmerecido, siento tristeza por un lado ante el camino que toman las cosas, y alivio por otro, porque ya estamos más cerca del final y de la separación efectiva, tanto social como políticamente. Y espero que ese final llegue lo más pronto posible. Y eso, definitivamente, no es bueno. 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

La encrucijada

Claro que nadie está a favor de bombardeos que afecten a población civil. Ni de matar niños, ni ancianos, ni ningún otro inocente. 

La cuestión es ¿cómo se responde a la brutalidad que perpetró Hamás el pasado 7 de octubre? ¿cómo se gestiona la convivencia con una organización cuyo objetivo es destruirte?

La única opción viable sería que el propio pueblo palestino acabe con Hamás, entregue a sus líderes y se asegure que nada similar vuelve a surgir, pero eso, desgraciadamente, no va a ocurrir. 

Entonces ¿qué nos queda?. Tengo clara la postura de Israel, y en cierto modo entiendo su forma de pensar. Al fin y al cabo se trata de un pueblo que ya acumula demasiado sufrimiento a sus espaldas como para tener respuestas moderadas ante semejantes amenazas. 

Otra cuestión es lo que ocurre en Europa. En España, sin ir más lejos. ¿Cual sería la respuesta del Gobierno ante una acción como la que sufrió Israel el pasado día 7? La verdad es que me da miedo pensarlo. Más que nada porque, lo que considero más probable, que sería la inacción más allá de las enérgicas protestas enviarían un mensaje muy peligroso al agresor, o potenciales agresores. 

Pero nuestra peligrosa beatitud también tiene un límite. Es verdad que en la UE llevamos más de ochenta años sin guerra y que, posiblemente como decían los antiguos, eso nos hace más débiles, pero también la Historia nos enseña que, en la asignatura de matarse los unos a los otros, donde más sabemos es en Europa. 

Ni tiene gracia, ni es un chiste. Ni siquiera es una reflexión ingeniosa, pero no por ello deja de ser cierta. Tan cierta que da miedo. 

Por eso, ni podemos, ni debemos tomar partido en esta encrucijada. Por eso, con independencia de tus creencias políticas, tu deber, contraído con la cómoda sociedad en la que vives y que te permite decir todo tipo de gilipolleces sin filtro, tu deber digo, es ser prudente y si quieres, mantener un debate sosegado y abierto a escuchar lo que tiene que decir quién no piensa como tú. 

Eso, o quizá, dentro de no mucho, no tendrás la oportunidad de debatir, o quizá, ni siquiera de escuchar.