Recuerdo que, a cada paso que daban los independentistas del Procés tras aquel 1 de Octubre de 2017, decían "Jugada maestra":
Cuando llevaban a cabo el referéndum prohibido por el Poder Judicial: jugada maestra.
Cuándo les intervenían las urnas y las papeletas de votación: jugada maestra.
Cuándo se lió la que que se lió el día del referéndum: jugada maestra.
Cuando, tras el referéndum, Puigdemont declaró la Independencia durante 3 segundos: jugada maestra.
Cuando salió de España dentro de un maletero: jugada maestra.
Todas eran jugadas maestras.
Entonces no lo entendí, y de hecho, me pareció una postura bastante patética. Pero hoy, seis años después, todo cobra sentido de nuevo.
Sin embargo, sinceramente no creo ni por asomo que sean tan brillantes. No me creo que todo forme parte de un plan. Simplemente se trata de aprovechar las ocasiones que presentan las circunstancias.
Se han topado con un Presidente del Gobierno que está dispuesto a todo y lo van a aprovechar. Eso es todo. Un presidente que a (su) necesidad le llama virtud, y que es capaz de hablar del bien de España sin ningún embarazo siendo perfectamente consciente de que todo esto no puede traer nada bueno. Ni siquiera para los independentistas. Un Presidente que habla de la convivencia, cuando a cada paso que se dá en un proceso que está podrido desde el principio se generan nuevas grietas y sentimientos de distanciamiento y odio entre las partes.
Por eso, estoy convencido de que esta nueva Jugada Maestra puede ser la que nos arrastre a todos al abismo. Personalmente, cada vez que consiguen algo nuevo, injusto, insolidario e inmerecido, siento tristeza por un lado ante el camino que toman las cosas, y alivio por otro, porque ya estamos más cerca del final y de la separación efectiva, tanto social como políticamente. Y espero que ese final llegue lo más pronto posible. Y eso, definitivamente, no es bueno.