Claro que nadie está a favor de bombardeos que afecten a población civil. Ni de matar niños, ni ancianos, ni ningún otro inocente.
La cuestión es ¿cómo se responde a la brutalidad que perpetró Hamás el pasado 7 de octubre? ¿cómo se gestiona la convivencia con una organización cuyo objetivo es destruirte?
La única opción viable sería que el propio pueblo palestino acabe con Hamás, entregue a sus líderes y se asegure que nada similar vuelve a surgir, pero eso, desgraciadamente, no va a ocurrir.
Entonces ¿qué nos queda?. Tengo clara la postura de Israel, y en cierto modo entiendo su forma de pensar. Al fin y al cabo se trata de un pueblo que ya acumula demasiado sufrimiento a sus espaldas como para tener respuestas moderadas ante semejantes amenazas.
Otra cuestión es lo que ocurre en Europa. En España, sin ir más lejos. ¿Cual sería la respuesta del Gobierno ante una acción como la que sufrió Israel el pasado día 7? La verdad es que me da miedo pensarlo. Más que nada porque, lo que considero más probable, que sería la inacción más allá de las enérgicas protestas enviarían un mensaje muy peligroso al agresor, o potenciales agresores.
Pero nuestra peligrosa beatitud también tiene un límite. Es verdad que en la UE llevamos más de ochenta años sin guerra y que, posiblemente como decían los antiguos, eso nos hace más débiles, pero también la Historia nos enseña que, en la asignatura de matarse los unos a los otros, donde más sabemos es en Europa.
Ni tiene gracia, ni es un chiste. Ni siquiera es una reflexión ingeniosa, pero no por ello deja de ser cierta. Tan cierta que da miedo.
Por eso, ni podemos, ni debemos tomar partido en esta encrucijada. Por eso, con independencia de tus creencias políticas, tu deber, contraído con la cómoda sociedad en la que vives y que te permite decir todo tipo de gilipolleces sin filtro, tu deber digo, es ser prudente y si quieres, mantener un debate sosegado y abierto a escuchar lo que tiene que decir quién no piensa como tú.
Eso, o quizá, dentro de no mucho, no tendrás la oportunidad de debatir, o quizá, ni siquiera de escuchar.
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