sábado, 4 de abril de 2020

Se acabó

Recuerdo perfectamente nuestra entrada en el entonces Mercado Común Europeo.
Supongo que, como una gran mayoría de españoles, entonces arrastraba un complejo de subdesarrollado por el hecho de no pertenecer al club europeo.
A pesar de estar en plena edad del pavo con otras muchas preocupaciones en mi cabeza, ese estigma estaba bien presente en mi vida. Por eso lo recuerdo bien. Lo retransmitieron en directo por la tele, y yo había llegado hace poco del colegio y me puse a verlo con devoción. Recuerdo una tarde cálida de primavera. En la tele un salón con muchos muebles dorados, alfombra espesa de colores claros, sillones de terciopelo color burdeos y una gran solemnidad y emoción. Creo que se trataba de la firma del Acta de Adhesión para que entraramos a formar parte del Club Europeo a partir del 1 de Enero de 1986.
Fue la típica ceremonia aburrida, pero me la tragué con absoluta devoción, y cuando acabó, al apagar la tele, también recuerdo que se me quedó esa sonrisilla que, sin saber por qué, se les queda a los tontos cuando están felices por algo.
Entonces mi felicidad se reducía al hecho de ser aceptado, o según se mire, dejar de estar excluido. Mi visión de joven adolescente no iba más allá.
Luego con el paso del tiempo me di cuenta de otras cosas. La llegada de los fondos estructurales, el tratado de Schengen, las becas Erasmus... Según iba creciendo y siendo más consciente de mi entorno y de todo lo que aquello significaba, mis estructuras mentales, mis principios y costumbres se iban acercando a lo que yo consideraba que debía ser un ciudadano europeo modélico.
Quise hablar bien inglés (y más o menos lo conseguí), quise estudiar más, quise ser más formal, profesional, serio y sobre todo, eso que tanto se repetía (también ahora se sigue repitiendo), más productivo, que aunque no acababa de saber a qué hacía referencia me parecía la quinta esencia de lo deseable para ponerme a la altura de mi ciudadanía europea.
Acabé la Universidad, seguí estudiando y llegó el gran momento de ponerme a trabajar. Muchos miedos, incertidumbre ¿estaré preparado?
Y entonces se obró el milagro: una multinacional europea me contrató.
Incredulidad ¿a mi? ¿en serio? ¿estoy soñando? Pero no era real. Entonces, más inseguridad ¿seré capaz de hacerlo?
Fueron horas eternas, mucho esfuerzo y temor: "no me entero de nada" (soñaba con el trabajo) y eso que mi posición era muy simple.  Pero si, lo logré. Luego fui promocionado, me hicieron indefinido, volví a promocionar en mi posición y empecé a codearme con colegas de otros países.
"Ya soy uno de ellos".
Pero no. Ni el sueldo ni las condiciones eran los mismos, aunque si la responsabilidad.
"Claro, es normal, ellos son de países más importantes. Son más productivos."
Con el paso de los años y la experiencia que da el trabajar a diario con otros colegas europeos de países importantes, te das cuenta de que no hay ningún motivo para diferenciarnos, ni mucho menos. Más bien al contrario.
El remate vino con la crisis de crediticia de 2007 que castigó especialmente a los países del sur. Fue una crisis para demostrarnos que había europeos de primera y de segunda. Que teníamos que dejarnos guiar porque no somos capaces de hacer las cosas bien. Y entonces aprendimos a hacer las cosas bien. Como nos decían. Entonces hicimos más con menos recursos y, oh sorpresa, los resultados de mi Equipo eran mejores que los de mis colegas de los países importantes que seguían disfrutando de recursos. Tanto es así, que nos convertimos en modelo de gestión para los países importantes.
Pero la consideración no cambiaba. Siempre su opinión era más importante, aunque se limitaran a poner pegas a todo y demostraran nula proactividad o flexibilidad.
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Y ahora nos dicen que no quieren ayudarnos, que cuidamos demasiado de nuestros mayores, que si un cargamento con material sanitario pasa por uno de sus puertos lo pueden retener por su "interés nacional".
Pues mira, parece que esto se acabó.
Ahora os digo una cosa muy española: "arrieritos somos y en el camino nos encontraremos".

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