Hace poco Japón daba su brazo a torcer y relajaba su normativa de inmigración.
Tratándose de un país rico con una tasa de natalidad bastante pobre, llevaban décadas haciendo
números sin que les salieran las cuentas. Lo han intentado todo, desde promover la robotización, retrasar la jubilación a los 70 y hasta jocosas iniciativas para animar a los jubilados a no ser tan cuidadosos con su salud y así, de paso, tener una clase pasiva menos longeva. Lo de siempre, muchos viejos y pocos infantes; pirámide poblacional invertida; vamos, lo que mi hija definiría como "una mierda de situación demográfica". Algo que hasta al conserje del Ministerio de Hacienda nipón le quita el sueño.
Y eso que los japoneses son muy suyos para sus cosas. Ahora por ejemplo están debatiendo a nivel nacional si las empresas pueden imponer a sus trabajadoras llevar tacones de aguja como parte de su indumentaria. Porque podrán ser muy tecnológicos y lo que tu quieras, pero no les toques sus costumbres, porque por ahí no van a pasar.
Bueno, pues con todo y con eso, el año pasado permitieron el establecimiento de 300.000 nuevos residentes extranjeros. Lo nunca visto. Eso si, empiezan a admitir inmigrantes, pero los quieren "de marca", con su examen de idioma y título de "buen inmigrante". No puede ir cualquier piltrafilla.
Pero es un comienzo, y como tal innovación, tendrá consecuencias que ellos temen: aumento de la delincuencia, perversión de sus ancestrales costumbres y posibilidad de arrejuntamientos indeseados que de pié a una sociedad mestiza.
Y en la Vieja Europa, tres cuartos de lo mismo. Tenemos la ventaja de que somos algo más abiertos, pero el panorama es muy similar y no tiene solución.
Nuestra comodidad nos hace reacios a tener más hijos con tal de tener mejor casa, coche, más pulgadas y ultra-mega definición de pantalla en el salón, y por favar! más tiempo libre para hacernos selfies en terracitas a la orilla del mar. Pero vamos, lo que es doblar el lomo, cambiar pañales, y hacer deberes con los rorros, lo justito.
Es normal. Si vivimos como príncipes con los padres, nos independizamos tarde, y tenemos las criaturas pasados los treinta, para cuando quieres tener el segundo ya la lozanía de la juventud ya no sabes en qué garito te la dejaste.
Por eso, porque no hay más huevos, es necesario que otra gente, con otra mentalidad venga a suplir nuestras carencias. Como ocurrió con los Estados Unidos a principios del Siglo XX. Y no les fué mal.
Además, más vale aceptarles e integrarles por las buenas y hacerles partícipes de nuestros valores y nuestra cultura porque van a seguir viniendo. Por las buenas, o por las malas.
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