jueves, 22 de noviembre de 2007

Paleto sin fronteras (los aeropuertos y yo)

Acabo de volver de Londres y con "orgullo" he de decir que mostrado mi condición de españolito sesentero, a lo Alfredo Landa, en varias ocasiones según detallo a continuación.

Primera en la frente (control de seguridad en la T4) "Sr., lleva usted un aerosol de más de 100 ml. Puede usted dejarlo aquí para que sea destruido, o bien volver atrás a facturarlo"... mis cejas se levantan, miro a los ojos a mi interlocutor cerciorandome que no está de coña y asumo la pérdida del desodorante... nos despedimos conteniendo las lágrimas, sin mirar atras.

A grandes males, grandes soluciones. Elaboro mentalmente la estrategia para evitar que la pérdida del desodorante juegue en detrimento de mi imagen. Varias tácticas vienen a mi cabeza:

- No levantar los brazos en las próximas 72 horas... incómodo y poco práctico.

- Desnudarme por completo para evitar la sudoración debida al calor... interesante, pero habría que estudiar posibles implicaciones legales.

- Guardar distancia de seguridad de 2 ó más metros con respecto a mis colegas de otros países... tentador, pero de difícil ejecución sin levantar sospechas.

Me dirijo al kiosko-tienda-libreria que hay al rebasar el control de seguridad en la búsqueda de algo para leer y... Albricias!!!! venden desodorantes de viaje "Que tios más majos. Estoy salvado. Que buena idea". Voy sonriente a la caja con mi revista y mi Sanex roll-on de 55ml. "Son 13 euros, señor"... mis cejas se levantan (soy muy de levantar las cejas) y compruebo que la cajera no está de coña. El minúsculo desodorante tiene un precio de 9.50 €. Asumo la pérdida económica... "Que cabrones, buitres, estafadores".

Abandono el comercio y lo que me queda de talante en el kiosko y deambulo por la terminal. Casualmente entro otro kiosko más alejado. Tienen el mismo artículo, pero esta vez por un precio de 6.90 €. Quizá si hay otro kiosko todavía más lejos, el precio sea más razonable... pero no me consta la existencia de kioskos más lejanos dentro de la terminal. En condiciones normales lo habría dejado pasar, pero esta era una cuestión de honor, de justicia, de indignación y de los 40 minutos que me sobraban para el embarque.

Vuelvo sobre mis pasos. Me posiciono frente a la caja. A la cajera le sueno vagamente. Yo a ella no la olvidaré. Nos miramos a los ojos. Rompo el silencio "Quiero devolver esto", digo dejando sobre el mostrador el Sanex roll-on de 55ml. Noto las miradas de los pobladores de la cola clavadas en mi nuca. Ella mira el desodorante espantada. Improvisa "No se admiten devoluciones, lo pone en el ticket". Afortunadamente, el ticket de marras no contiene mucha literatura y leo con rapidez. Miente, no pone nada al respecto. Su jefa está al lado y accede a mi petición.

Con la satisfación del deber cumplido, me dirijo al otro kiosko y abono con gusto los 6.90 € que cobran por el mismo desodorante.

Me siento en el avión. Pasillo. Se sientan a mi lado dos mozas, con la mala fortuna de ser las poseedoras de las vejigas con menor capacidad de todo el aparato.

Llego a la reunión tarde (culpa de la compañía aerea). Asisto, participo, opino, aunque lo que diga yo les da un poco igual porque manda Alemania... todo bastante aburrido. Ceno con mis colegas franceses en el hotel. Estamos en Inglaterra, y como no, pedimos comida italiana e hindú, porque todo el mundo sabe que la comida inglesa no existe ¿Que demonios comerían antes de tener colonias e inmigración estos muchachos? Ellos me cuentan lo de sus huelgas, y yo les cuento lo del Rey y Chavez. Como apunte político diré que las huelgas les parecen injustas y creen que Sarkozy tiene razón, y sobre Chavez lo único que saben es que está haciendo algo con los secuestradores de la Sra Betancourt (no saben nada del "que te calles Karmele").

Termina la reunión. Vuelta al aeropuerto. Control de seguridad. "Please, put off your shoes sir". Inexplicable tomate en mi calcetín izquierdo. Dedo gordo blanco y afortunadamente inmaculado sobre fondo negro. Los pajaros cantan, mis cejas se levantan... Bochorno por dentro, pero lo acepto con deportividad y miro a la mujer hindú (dato etnico-sociologico) de seguridad. Sonrio. Ella no. Cruzo deprisa bajo el detector de metales. Al menos mi asomante dedo gordo no pita bajo el arco. Me calzo aliviado. Mi equipaje de mano ha despertado algunas sospechas y me conminan a abrir y mostrar todo el contenido. El hombre de seguridad (caucásico) tiene unas orejas de soplillo superlativas purpureas, casi hipnóticas. No puedo dejar de mirarlas mientras me da instrucciones de como debo abrir y mostrar mis pertenencias. Parece que lo que ha despertados sospechas es el Sanex roll-on de 55 ml. Se lo lleva y lo mete en una máquina. Al cabo de unos segundos, me lo devuelven y dicen que me puedo ir.
Sobre el asunto del tomate, he de decir en mi descargo, que el estado de mis calcetines es algo que cuido bastante porque detesto los calcetines desgastados y los tiro en cuanto dan muestras de sobre-uso. Pero bueno, como dicen los ingleses "Shit happens", o como me gusta a mi "Esas cosas pasan y además, mas se perdió en Cuba y volvieron cantando".

Avión de vuelta. Aterriza por fin. Estoy deseando llegar a casa. Me apresuro a salir. Cruzo los pasillos deprisa mientras busco el ticket del parking. Llego al parking y... horror: no tengo ni la más remota idea de donde he dejado el coche. Existen 5 ó 6 edificios de parking, cada uno con 4 ó 5 plantas, cada planta con capacidad para al menos 100 coches. Eso hace que tenga que revisar varios miles de plazas... piensa zoquete, piensa... vale no era ni el primer edificio, ni el último, y al aparcar subí la rampa más de una vez, pero menos de cuatro. Empieza la búsqueda... en 15 minutos que se me hacen eternos encuentro mi vehículo. Vuelvo a la taquilla, pago. Conduzco. Llego a casa y respiro aliviado. Hasta la próxima guiris.

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