En mi enésima crisis existencial he decidido dejar de aprehender conocimiento e intentar tener experiencias sin la guía de tantas mentes más brillantes que la mía. He decidido algo que ya he decidido en otras épocas de mi vida: ir como Lola Flores a lo loco.
Durante los últimos 10 ó 15 años he estado oyendo podcasts sobre Historia, Actualidad, Economía, Política y no sé qué otras materias sobre las que estaba convencido que debía investigar para llegar a una especie de Everest del conocimiento total. El resultado no ha sido el esperado, aunque tampoco soy consciente de qué es lo que esperaba en realidad. Desde luego no ha sido tiempo perdido. Como decía no se quién, "no me arrepiento de nada", pero lo cierto es que me niego a seguir por un camino que desconozco a que lugar me lleva y, lo más importante, no creo que quiera llegar a ningún lugar en concreto.
En todo caso, ha sido muy interesante. Confuso, por el final de la etapa y la ausencia de conclusiones, pero interesante. Durante este tiempo, una de mis jocosas reflexiones personales consistía en situarme personalmente en las antípodas de la figura del influencer en tanto que, después de que tan ingente cantidad de información ha influido en mi forma de pensar de manera muy diversa y, en ocasiones, contradictoria, sería incapaz de hilar un discurso mínimamente coherente sobre cualquier tema a pesar de lo mucho aprendido. Me he convertido en un influenced en toda regla.
Pero bueno, vamos al turrón, a ver si consigo explicar cómo mi experiencia rockera del pasado jueves, unido a la entrevista a Elvis Costello me hacen desembocar en estas conclusiones tan prescindibles.
Efectivamente, el pasado jueves, a mis 51 años y medio, pagué un puñado de dólares por ver a una banda de rock tocar en directo. Pero, empecemos por el principio: cuando era joven y profundamente insolvente llegué a la determinación de que, a pesar de mi obsesiva obsesión musical, no merecía la pena ir a conciertos sencillamente porque era un timo. El sonido era una mierda, la peña insoportable, el precio desorbitado, y el repertorio no siempre de mi agrado. Y así, con un par de narices, así a los veintialgo, me puse el cinturón de castidad rockero para siempre.
Afortunadamente, la vida da muchas vueltas y nos suele colocar a cada uno en su sitio. O al menos lo intenta. En mi caso me situó el pasado jueves en el Circo Price para ver a Fito y Fitipaldis, una banda que, por otra parte, aunque reconozco sus indudables méritos, no ha acabado de ser uno de mis referentes musicales. Sea como sea, allí estaba yo no se cuantos años después en un concierto.
Y fué raro. Lo primero, la peña: si había algún jovenzuelo, pero la gran masa eramos canos, alopécicos y barrigudos ellos, y ellas, bueno, ellas como siempre, divinas mayoritariamente (nótese el heteropatriarcal propio de la edad). Estar sentado. Hay que reconocer que es cómodo, máxime teniendo en cuenta las discopatías y artrosis de la mayoría del público, pero es tremendamente extraño comparado con mis experiencias de hace dos décadas. Bailar sentado tiene su arte, no te creas, y en ciertos casos como el mío, incluso sus ventajas al ocultar la torpeza que se manifiesta cuando, en un momento de emoción hace que saltes de tu asiento para menear el culo brevemente. Otra cosa que se hizo extraña para bien fue el sonido que, unido a los pedazo de músicos que estaban sobre el escenario, hizo del concierto una experiencia muy disfrutable. En cuanto al repertorio, obviamente y debido a mi moderado entusiasmo por la banda, conmigo sólo conectaron con las típicas (mea culpa, "haber estudiao"), aunque, como digo el resto del repertorio fue muy disfrutable por la pericia de la banda. Pero para mi sorpresa, el resto de la peña estaba como yo. Si es cierto que es algo que suele pasar, pero teniendo en cuenta que yo estaba allí un poco de rebote, pensaba que el resto, que estarían por afición, estarían mucho más a tope con la banda. Pero no. Entregados-entregados había poquitos, y a saber cuales de ellos eran auténticos y cuales eran impostados de los que acaban el verso cuando Fito decía "...cooorazón" y ellos se enganchaban en el "...azón". En todo caso, al acabar el concierto pude comprobar que casi unánimemente el Respetable había vivido algo memorable según los comentarios que se oían aquí y allá al salir del lugar. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para negarlo? y sobre todo ¿para qué demonios voy a hacerlo?
En definitiva, si hace tantos años llegué a una conclusión errónea, no veo ningún inconveniente en cambiar de opinión, porque, como dice Elvis (Costello) "el rock and roll nació de una alquimia accidental antes que de ninguna vocación revolucionaria... y con el negocio vino la rigidez de miras, la beatería, una ausencia de imaginación digna de la Iglesia católica". Todo ello, añado yo, por culpa de los gafa-pasta que pontifican lo que sí y lo que no está bien, y así me va. Seamos flexibles y disfrutemos, que de eso se trata. Sin más.
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