Hace unas semanas estaba haciendo un repaso del blog para ver desde cuando había empezado y me sorprendí al ver que había pasado más de una década. Trece años nada menos.
Curioseando entre mis entradas me topé con este cariñoso comentario:
El simpático anónimo opinaba sobre un artículo en el que reflexionaba sobre el comunismo. Si, es cierto que era una reflexión simple, o estúpida según se mire, y por ello, me he decidido a recoger el guante lanzado por el anónimo ilustrado, y me he lanzado a leer El Manifiestro Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels. Eso si en la edición con dibujitos, que uno sigue siendo muy limitado.
He de admitir que me tiene completamente fascinado pese a que no he avanzado mucho en el par de ratos que me he puesto a leer. No es que contenga conceptos muy complicados, ni que el lenguaje me sea desconocido, sino que sencillamente tengo que parar y releer determinados párrafos porque no doy crédito a lo que leo en primera instancia.
Tan profundo trabajo intelectual me tiene en un estado de abstracción casi permanente, en el que repetidamente me venía este eslogan a la cabeza "cabalgando contradicciones". No sabía donde lo había oído pero era perfecto para describir mis primeras impresiones con la lectura. Afortunadamente, una vez más Google despejó mi duda confirmando que la autoría de la frase es de Pablo Iglesias, el genio actual de la mercadotecnia política.
Una reflexión llevó a otra e inevitablemente acabé llegando a la Iglesia Católica como la pionera absoluta y original en eso de "cabalgar contradicciones": la Santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción de María, o la transustanciación del pan y el vino son ejemplos que no tienen parangón en la Historia de la Humanidad.
Discusiones interminables en Concilios que acabaron con el establecimiento de dogmas incuestionables, o que en caso de cuestionar, dejaban al reticente fuera del abrigo de la Iglesia y en ocasiones, en lo alto de una pira sirviendo de escarmiento a quienes pudieran dudar de la infalibilidad eclesial.
En definitiva, mi conclusión preliminar es que, en esto de establecer dogmas para evitar debates estériles y peligrosos, el Comunismo y el Catolicismo son primos hermanos.